Fachadas. Por Enrique Pinti

Enrique Ricardo Pinti (nacido el 7 de octubre de 1939 en Buenos Aires, Argentina), es un reconocido humorista, actor y dramaturgo argentino. Se ha expresado en diversos medios. Con obras infantiles y para adultos, creó sketches, monólogos y cuentos con una gran cantidad de music halls y shows de café-concert.
Pinti se ha caracterizado por la verborragia y el desenfado. Como humorista, su trabajo se ha centrado en el desarrollo de monólogos políticos e históricos, hablando en un castellano muy directo, salpicado de insultos y adjetivos certeros para ejemplificar notorios casos de inmoralidad y corrupción.


Fachadas.

La vida de los otros es tan clara, tan simple y tan definida que resulta imposible entender los motivos de las desgracias y catástrofes que se suceden imprevistamente y en catarata frenética en existencias aparentemente felices.

Ocurre que esas "vidas plenas" de los otros lo son en nuestra mirada que incluye nuestras carencias. Así para el pobre asalariado que hace malabares para llegar a fin de mes resulta increíble que algún millonario, joven, apuesto y rodeado de novias espectaculares decida terminar su existencia descerrajándose un tiro en la sien.

Para los grises anónimos es absurdo que artistas ó deportistas que han llegado al máximo de la celebridad y la gloria se sientan tan solos y vulnerables que desperdicien su juventud en un desenfrenado consumo de drogas y alcohol que muchas veces los lleva a la cárcel y a la muerte.

¿Cómo puede explicarse una gorda sin atractivos que vegeta en una oficina aguantando las broncas de sus compañeros que alguna escultural beldad rica y famosa, además de bella, naufrague en la depresión y el hartazgo de ser tomada sólo como un objeto decorativo para uso exclusivamente sexual?

Dicen que el jardín del vecino siempre parece más hermoso que el nuestro y es cierto aquello de que no es oro todo lo que reluce.

Pero basta estar realmente enfermo para revalorar lo que es la salud y, al recuperarla, nuestra vida toma un nuevo sentido, donde nada es más importante que despertar cada mañana pudiendo apoyar firmemente nuestros pies en el suelo, respirar hondo, saber quiénes somos, dónde estamos y aprestarse para la gran aventura de un nuevo día.

La recuperación de nuestra salud nos abre los ojos a lo que es realmente importante y ahí frenamos nuestras envidias por los paraísos ajenos que, muchas veces, no son más que purgatorios con apariencias de hotel cinco estrellas.

Desde luego que uno no debe caer en la trampa de creer que esos privilegiados de un mundo rico –famoso– o farandulero son todos desgraciados ó infelices.

Nada más erróneo. Muchos de ellos la pasan muy bien, con sus espléndidas cabezas colmadas de dicha y sin hacerse el menor problema por la miseria que los rodea.

Así como también mucha gente humilde que no pasa hambre, pero que vive con lo justo, disfruta de una vida feliz y plena rodeados de afecto y cariño, y con eso les alcanza y sobra.

Quizás vistos de afuera estos pobres ricos les parezcan desgraciados a los ricos pobres que se aburren en yates lujosos hartos de tenerlo todo sin sentirse dueños de nada. Pero lo cierto es que cada uno sabe como le va en la feria. Por lo tanto es ocioso querer vivir la vida de los otros, tan atractiva desde afuera y tan ardua y dificultosa desde adentro.

Recuerdo una anécdota de mi juventud, allá por el año 1963, al cumplirse un año de la muerte de Marilyn Monroe. Todos los diarios y revistas la mostraban en su platinado esplendor, con ese cuerpo sensual y abundante, aquella boca carnosa y esos ojos, más que aquellos ojos aquella mirada entre asombrada y melancólica que pedía ayuda a gritos.

Al ver esa belleza recortada sobre suntuosos decorados hollywoodenses llenos de riqueza y glamour me miré a un espejo, recorrí con una mirada panorámica a mis compañeros y compañeras de mesa de café y con la impertinencia y agresividad que me caracterizaba en mis años mozos dije en voz alta: "si esta belleza admirada e idolatrada por millones de personas, con esa piel de seda, esos labios de coral y ese cuerpo de sirena se suicidó... nosotros

¿Qué tenemos que hacer? ¡Al Riachuelo chicos! ¡Claro! Yo tenía veintidós años y creía sólo en las apariencias.

Hoy, jovato y algo más sabio sé por experiencia que no hay mayor engaño que lo que se ve desde afuera y, que cada uno conoce su infierno y su paraíso y que muchas veces no tienen nada que ver con la fachada exterior.

 
©2009 BiblioHumor | by TNB
Ir Arriba